Regla número uno: no te detengas en los semáforos en rojo si conduces de noche.
Regla número dos: nunca te pegues mucho al coche que va delante de ti, te pueden encajonar desde detrás.
Regla número tres: los seguros cubren el robo, tu vida siempre vale más.
En Sudáfrica, cuando compras un auto caro, el precio suele incluir un cursillo: cómo entregarlo en caso de atraco. Son consejos sencillos: no mires a los ojos de los asaltantes, no abras la guantera, deja tus manos a la vista, muévete despacio… Lo básico para sobrevivir.
Upington, en el oeste sudafricano, tiene un aire al far west. Parece la falsificación de una ciudad de Texas, una copia tarada, del mismo modo en que también lo son, a su manera, las urbes del norte de México: Ciudad Juárez, Hermosillo, Torreón… Es la misma gama cromática; una cuadrícula de grandes avenidas, luminosos chillones, restaurantes con cubiertos de plástico y tiendas de repuestos para el automóvil. Las aceras son amplias, pero apenas se ven pasos de cebra; para qué. Sólo los negros caminan. Y para la minoría blanca, hay pocas pesadillas peores a que el coche te deje tirado en mitad de la calle, en mitad de la selva.
Pasa una patrulla de policía, y luego otra, y otra más. Llevan armamento pesado: rifles de asalto, chalecos antibalas. Hablo con una sudafricana blanca: “Nadie quiere tener la verja más baja del barrio”. Si no fuese por las vallas electrificadas, algunas casas serían bonitas. Sobre el cielo se escucha un helicóptero. Siempre sobrevuelan las grandes ciudades para perseguir a los ladrones de coches, me explica otro local. Cuando roban uno, empieza una carrera: los helicópteros persiguen la señal GPS del auto robado, mientras los ladrones aceleran e intentan encontrar el emisor escondido para romperlo y que deje de gritar su posición. Acabe como acabe, la persecución no saldrá en los periódicos. La vida cotidiana no es noticia, ni siquiera cuando el día termina con otra muerte más.
-vía Ignacio Escolar
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