1) El urbanismo de los hombres de buena voluntad (arquitectos, escritores). Sus reflexiones y sus proyectos implican una cierta filosofía. Generalmente, están vinculados al humanismo: al antiguo humanismo clásico y liberal. Ello no va exento, sin embargo, de una buena dosis de nostalgia. Se quiere construir "a escala humana" para "los hombres".
Estos humanistas se presentan a un tiempo como médicos de la sociedad y creadores de relaciones sociales nuevas. Su ideología o, mejor aún, su idealismo, con frecuencia procede de modelos agrarios, que su reflexión ha adoptado de manera irreflexiva: el pueblo, la comunidad, el barrio, el Ciudadano, al que se dotará de edificios cívicos, etc. Se pretende construir edificios y ciudadaes "a escala humana", "a su medida", sin concebir que en el mundo moderno el "hombre" ha cambiado de escala y que la medida de antaño (pueblo, ciudad) se transforma en desmedida. En el mejor de los casos, esta tradición aboca a un formalismo (adopción de modelos que no tienen ni contenido ni sentido) o a un esteticismo (adopción de antiguos modelos por su belleza, que se arrojan como pasto para saciar los apetitos de los consumidores).
2) El urbanismo de los administradores vinculados al sector público (estatal). Este urbanismo se cree científico. Se funda, ya sobre una ciencia, ya sobre investigaciones que se pretenden sistemáticas (pluri o multidisciplinarias). Este cientifismo que acompaña a las formas deliberadas del racionalismo operativo tiende a descuidar lo que llaman "factor humano". También él está dividido en tendencias. A veces, a través de una ciencia semejante, una técnica se impone, convirtiéndose en punto de partida; generalmente, se trata de una técnica de circulación, de comunicación. Se extrapola a partir de una ciencia, de un análisis fragmentario de la realidad considerada. Las informaciones o las comunicaciones son optimizadas en un modelo. Este urbanismo tecnocrático y sistematizado, con sus mitos y su ideología (a saber, la primariedad de la técnica), no dudaría en arrasar lo que queda de la ciudad para dejar sitio a los automóviles, a las comunicaciones, a las informaciones ascendentes y descendentes. Los modelos elaborados sólo pueden entrar en la práctica tachando de la existencia social las mismas ruinas de lo que la Ciudad fue.
A veces, por el contrario, las informaciones y los conocimientos analíticos procedentes de diferentes ciencias son orientados hacia una finalidad estética. Pero se concibe menos una vida urbana a partir de informaciones sobre la sociedad que una centralidad urbana que disponga de informaciones facilitadas por las ciencias de la sociedad. Estos dos aspectos se confunden en la concepción de los centros de decisión, visión global ésta en la que el urbanismo, ya unitario a su manera, aparece vinculado a una filosofía, a una concepción de la sociedad, a una estrategia política (es decir a un sistema global y total).
3) El urbanismo de los promotores. Éstos conciben y realizan para el mercado, con propósitos de lucro, y ello sin disimularlo. Lo nuevo y reciente es que ya no venden alojamientos o inmuebles, sino urbanismo. Con o sin ideología, el urbanismo se convierte en valor de cambio (que no valor de uso). El proyecto de los promotores se presenta con los alicientes de lugar y ocasión privilegiados: lugar de dicha en una vida cotidiana milagrosa y maravillosamente transformada. Lo imaginario del hábitat se inscribe en la lógica del hábitat y su unidad da una práctica social que no tiene necesidad de sistema. De ahí esos textos publicitarios ya famosos y que merecen pasar a la posteridad porque en ellos la publicidad pasa a ideología. Parly II "engendra un nuevo arte de vivir", un "nuevo estilo de vida". La cotidianidad parece un cuento de hadas. "Colgar el abrigo en el vestículo de la entrada y, ya más ligero, salir a sus asuntos después de haber confiado los niños a los Jardines de Infancia de la galería, reunirse con las amigas, tomar algo en el drugstore..." He aquí realizada la imagen de la alegría de vivir.
-Henri Lefebvre "El derecho a la ciudad".
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