A colación del mediático ataque sufrido por un grupo de turistas en Acapulco, tal vez deberíamos echar un ojo a cómo es la realidad de este enclave, como ejemplo de muchos otros, fruto de un tipo de modelo económico basado en el turismo.
Ya que nuestro interés es el urbanismo, intentaremos entender cuál es el modelo de ciudad que aquí tenemos y los resultados directos que éste tiene.
Vieja historia: la corrupción y los beneficios inmediatos le ganan a la planificación a largo plazo
Según palabras de Alan Grabinsky, en su artículo "Lost Acapulco" (via Plataforma urbana), este destino vacacional es ahora una especie de Rio de Janeiro, es decir, una
metrópolis turística hiperviolenta en un lugar paradisíaco junto al mar. Y, al igual que en Rio de Janerio, el problema no es solamente la delincuencia espontánea, sino la planificada y prevista por el sistema: el crecimiento desproporcionado y descontrolado que ha
descentralizado y desmembrado la ciudad.
“-¿El Acapulco viejo? ¡Hace años que no voy para allá!”
Acapulco, desde siempre, ha sido presa de un turismo voraz irresponsable. Y después de saturar el mar de la bahía, las operadoras turísticas se fueron desplazando progresivamente hacia el sur, dejando en los últimos años la famosa bahía abandonada y mal mantenida; como resultado, sus antiguos hoteles han
perdido su símbolo de estatus, pues no pueden competir frente a los nuevos y flamantes
desarrollos monumentales que se dan al sur de la ciudad.
En algunos años, la mancha urbana turística llegará hasta mucho más
abajo y la exclusividad y explotación turística se moverá más y más hacia el sur. Si no se
desarrolla una política a largo plazo que rescate algunas áreas de Acapulco, estas morirán devoradas por la decadencia y la violencia como ya ocurre en la periferia, y generarán a su vez nuevos focos de problemas.
Ciudad privativa
Los nuevos
desarrollos “todo incluído” son al mismo tiempo respuesta y causa de la falta de
espacios públicos en la ciudad. El enfoque en lo privado (aunado a la
corrupción en la explotación urbanística) ha hecho que el crecimiento de Acapulco
tienda hacia la privatización de cada vez más playas y de la vida social en
general. Hoy, casi todo su
terreno junto al mar se ha privatizado. Los edificios tapan el acceso
público a las playas, discriminando así su acceso.
En algunos casos, las nuevas construcciones se dieron incluso a pesar de
las críticas locales sobre la evidente contaminación del mar y de la línea de costa.
En el Acapulco turístico, la vida pública siempre se ha
dado en espacios privados. Los resorts, destinos en sí mismos, son
lugares donde las piscinas y los vestíbulos de los hoteles sirven de espacios sociales
por excelencia. Tienen absolutamente de todo para que
nunca tengas que salir del lugar.
La exclusividad se mantiene por medio
de casetas de policías que niegan el acceso desde la calle. Los “indeseables” son negados a la entrada por la
seguridad del hotel. Y la fórmula no se ha agotado.
El Acapulco turístico es un mundo aparte, una burbuja de ambiente kitsch donde la vida de la ciudad se queda fuera.
Y afuera, en la ciudad vieja, la falta de acceso a los beneficios económicos y sociales reales de la explotación turística ha evitado el desarrollo económico de la mayoría local, que ha encontrado unas formas de auto-organización, supervivencia y expresión de su descontento sólo amparadas por la delincuencia.
Se presupuso que, con la presencia de militares en las nuevas zonas exclusivas se extendería una imagen de seguridad que ayudaría a a pacificar la bahía, pero parece que la llegada del ejército prendió la llama de una escalada de violencia que radicalizó aún más la inseguridad. En el
viejo Acapulco, donde se necesita seguridad de la que no se ve, todo está desierto después de las 6 de la tarde. Y, por supuesto, el reciente ataque contra turistas españolas no es la única acción ultraviolenta (ni mucho menos la única dirigida contra las mujeres) en la zona, cuyo número prolifera en los últimos años.
Resultado de un modelo económico rendido a un turismo que agota territorio
Las lecciones de este caso, curiosamente son algo parecidas a las que ha explicado Jane Goodall en su reciente visita a Barcelona, ilustre primatóloga que ha desarrollado su carrera estudiando chimpancés en la también violenta África subsahariana:
Una parte importante del coltán que se utiliza para la fabricación de los teléfonos móviles proviene del Congo. Una parte de él se obtiene de minas clandestinas en las que sus trabajadores realizan sus tareas bajo condiciones inhumanas y ganando sueldos ínfimos. Estas condiciones laborales los empujan a matar la fauna que los rodea, entre ellos los chimpancés, para poder comer.
Para salvar a los chimpancés, necesitamos ayudar a sus vecinos, esa gente que termina talando indiscriminadamente los bosques, abriendo camino a los cazadores, para poder llevar un pan a la mesa.
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